Reflexión al caer la noche del 1° de Mayo
Ya es de noche. El bullicio de las marchas se ha apagado, la celebración ha terminado, que no se apague el sentido.
El 1° de Mayo no es solo un recuerdo ni una tradición: es un espejo. Nos muestra cuánto valoramos la dignidad del trabajo y cuánta indiferencia aún toleramos. Mientras miles luchan por sobrevivir con sueldos que no alcanzan, por horarios que nos alejan de nuestras familias, o por derechos que aún no conocen, este día no puede ser solo simbólico.
Esta noche, que el silencio nos sirva para pensar:
¿Qué estoy haciendo para que el trabajo sea un derecho y no una carga? ¿Para que nadie tenga que elegir entre comer y descansar? ¿Para que la justicia no llegue solo a quienes más tienen?
Mañana será 2 de mayo. Y la lucha debe seguir. No desde el ruido, sino desde la conciencia. Desde el compromiso diario por un mundo donde trabajar no signifique perder la vida, sino construirla con dignidad.
Hoy, al pasar el Día del Trabajo, no basta con conmemorar. Es urgente recordar que el trabajo digno no es un privilegio, es un derecho humano fundamental. En un mundo donde millones sostienen hogares con salarios precarios, sin seguridad ni reconocimiento, nuestra lucha continúa.
La verdadera celebración llegará cuando todas las personas, sin distinción, puedan acceder a empleos justos, con condiciones laborales seguras, horarios humanos y garantías sociales. Hasta entonces, cada primero de mayo debe ser un llamado a la acción, a la organización y a la defensa colectiva de nuestros derechos.
Porque trabajar no debe significar renunciar a la vida. Porque ningún derecho se mendiga, todos se exigen.